Mis primeros recuerdos del Carnaval en Gran Canaria se remontan a cuando era pequeña y me disfrazaron de gatita. Me pintaron bigotes y me cosieron una cola que era más grande que yo. Debía sujetarla con la mano, si no se ensuciaba al arrastrarla por el suelo y mamá se enfadaba. Y como tenía hermanos gemelos, a ellos los vistieron de ratones, como no podía ser de otra manera. Con el paso de los Carnavales esa gatita se transformó en una bailarina, mostrando a quien quisiera ver sus largas piernas, que asomaban debajo de un tutú rosado; también se vistió de sensual corsaria, con ajustadísimos pantalones y corpiño a punto de reventar. Mas tarde fue Cleopatra, envuelta en tules transparentes que invitaban a dejarlos caer cual danza de los siete velos.
Aunque el disfraz preferido por esa mezcla de rebosante feminidad y fortaleza a toda prueba era el traje verde de Escarlata O’Hara: amplísimo escote y enorme miriñaque con el que me llevaba a todo el mundo por delante. Tantas veces lo alquilé en Hnos. Peris de Madrid para llevármelo a Las Palmas de Gran Canaria que perdió su verde original y se quedó casi, casi en turquesa; seguramente fueron los efectos de los múltiples pasos por la tintorería. Y es que si hay algo que diferencia y caracteriza al Carnaval en Canarias, y concretamente en mi isla, en Gran Canaria, es esa sensualidad a flor de piel innata en la mujer isleña, que se respira por todas partes, y el toque descarado y bufón de las carnestolendas. Por muy “normalito” que pueda ser el disfraz que luzca una canaria, ella siempre le dará ese “algo” seductor, atrayente, carnal. Y mejor no resistirse; si ella va a por ti, ten por seguro que te devorará. Y tú te dejarás, entregándote al placer.
Fuente: Vanitatis.com
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