Entrar en el taller que Carmen Hernández tiene en la calle Verónica en el barrio de Las Coloradas es zambullirse de pleno en el carnaval de Las Palmas de Gran Canaria. Desde pequeña esta ha sido una de sus grandes pasiones. «Fui la primera en traer plumas de pavo real rosa desde Brasil. Antes había que salir fuera de la Isla», afirma Carmen Hernández. Y es que, a sus espaldas, lleva 32 años participando y gozando del carnaval capitalino, más allá de los primeros años en el que lo capitaneaba Manolo García. Este año presenta uno de los que serán sus últimos diseños con el título de Cantos de Sirena. «Después de tantos años ya no creo en el jurado. Me ha pasado de todo. Algunas veces me han robado piezas o simplemente me las han roto (el caso del traje de Isabel Torres en el 2005)», afirma Hernández.
Las manos de Carmen delatan su pasión por el carnaval. Las marcas de la silicona caliente se mezclan con la purpurina y los restos de lentejuela. Detrás de cada fantasía carnavalera hay muchos meses de trabajo y esfuerzo que consumen la vista. «El carnaval a cambiado mucho. Ya no hay tanto entusiasmo como al principio. La juventud ya no tiene la misma ilusión que teníamos nosotros. Hasta yo he perdido un poquito de ilusión», comenta Hernández. Mucho ha cambiado el carnaval que Carmen conoció de pequeña en los alrededores de la plaza de Santo Domingo, en el barrio de Vegueta, donde vivía con su familia.
Cuando se le pregunta a Carmen por alguna anécdota vivida en el carnaval se le ilumina la cara. «Tengo un saco lleno de anécdotas. De pequeña me vestía de carnaval pese a que estaba prohibido. Me acuerdo de hacerle regañinas a los guardias civiles en el Paseo de San José y salir corriendo para que no me detuviesen», recuerda. Eso sí, todo se desarrollaba, en plena dictadura, bajo un halo de secretismo y misterio. «Antes había más imaginación y la gente joven tenía más ilusión por estas fiestas», resalta. Carmen es una de las últimas pioneras del carnaval de Las Palmas de Gran Canaria. El año que viene dejará la pistola de silicona y las lentejuelas tras tres décadas de devoción carnavalera.
Las manos de Carmen delatan su pasión por el carnaval. Las marcas de la silicona caliente se mezclan con la purpurina y los restos de lentejuela. Detrás de cada fantasía carnavalera hay muchos meses de trabajo y esfuerzo que consumen la vista. «El carnaval a cambiado mucho. Ya no hay tanto entusiasmo como al principio. La juventud ya no tiene la misma ilusión que teníamos nosotros. Hasta yo he perdido un poquito de ilusión», comenta Hernández. Mucho ha cambiado el carnaval que Carmen conoció de pequeña en los alrededores de la plaza de Santo Domingo, en el barrio de Vegueta, donde vivía con su familia.
Cuando se le pregunta a Carmen por alguna anécdota vivida en el carnaval se le ilumina la cara. «Tengo un saco lleno de anécdotas. De pequeña me vestía de carnaval pese a que estaba prohibido. Me acuerdo de hacerle regañinas a los guardias civiles en el Paseo de San José y salir corriendo para que no me detuviesen», recuerda. Eso sí, todo se desarrollaba, en plena dictadura, bajo un halo de secretismo y misterio. «Antes había más imaginación y la gente joven tenía más ilusión por estas fiestas», resalta. Carmen es una de las últimas pioneras del carnaval de Las Palmas de Gran Canaria. El año que viene dejará la pistola de silicona y las lentejuelas tras tres décadas de devoción carnavalera.
Carlos S. Beltrán. Canarias7
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